martes, 24 de agosto de 2010

Diario de un Voluntario

Diario de un Voluntario
Hoy:
Una vez más hoy me pregunto si en otro trabajo se ven todas las extraordinarias cosas que yo veo en el mío: cuerpos sin vida, tiesos, fríos y destrozados; casi siempre incompletos, tanto que tenemos que identificar a cuál de los muertos se le vaciaron los sesos que quedaron regados o los intestinos que sin querer pisamos; es como intentar un rompecabezas con piezas grotescas. Recuerdo una vez que un autobús escolar se hizo trizas en la carretera y tuve que encajar varias cabezas de niños en los cuerpos que les correspondían, mientras sentía su tibia sangre resbalar por los guantes y a los pequeños ojos parecer mirarme; en otra oportunidad a un muerto le faltaba un dedo y pasamos toda la mañana buscándolo, para que cuando llegó su mujer nos dijera que lo había perdido días antes en otro accidente.
            En esto consiste mi trabajo y hoy me doy cuenta que lo amo, aunque en momentos como éstos sea muy difícil mantener el semblante tranquilo o el humor apacible, igual, nunca falta quien intente romper el silencio. Tuvimos mucho trabajo porque hubo una gran cantidad de muertos; llegó de apoyo uno de los jefes y nos dijo:
            — ¿Necesitan una mano?— a la vez que sostenía una que se había desprendido de un cadáver y nos la ofrecía.
            Más tarde, un compañero, al descubrir una sustancia blanquecina muy parecida a la manteca, preguntó:
            — ¿Qué es-seso?— Para luego sonreírnos con la mirada.
            Sé lo cruel y desalmado que parece todo, pero no se imaginan cuánto ayuda una sonrisa en esos momentos. Además, nosotros somos los que mejor tratamos a los cuerpos, ni la policía, ni los del ministerio público prestan atención con tanto detalle como lo hacemos nosotros y si por ellos fuera, los muertos podrían quedar irreconocibles o incompletos para sus familias, sin ningún problema.
Nosotros somos los mejores, hacemos nuestro trabajo con amor y lo hacemos gratis, todo esto para mí hoy es una satisfacción; ya que hoy estoy nuevamente en una escena más de éstas y mientras veo como mis compañeros vuelven a hacer su trabajo de manera impecable, me siento orgulloso y a la vez muy tranquilo porque confío en ellos, aunque no puedo dejar de preguntarme por qué me habrá tocado ser la víctima esta vez.

FIN

martes, 17 de agosto de 2010

POEMA SILENTE

Quisiera escribir algo que todo el mundo lea,
pero a la vez lo quiero guardar para mí.
Porque no hay papel, ni hoja, ni luna, ni mente
que pueda soportar mi descarga:
mil latidos que suspiran por cada gota de alegría,
mi cabeza destrozada usada como pincel
y mi pecho dando gritos con la boca cerrada.

Muda, muda la tristeza y muda la desilusión,
mudo el silencio y mudo el corazón,
mudas las manos... mudas.

Las estrellas penetrando mis ojos,
sus ojos penetrando mi voz,
mi voz que penetra su estrella;
la muerte nos penetra a los dos...
                                               En silencio...
                                                                 Grita...
                                                                          Muda...
                                                                                    En silencio.

La rosa de mi rosal


FELICIDAD DE LA ROSA
 
Hoy la rosa amaneció optimista, cree que puede ser el gran día; espera que el chico de la mirada dulce se fije en ella y sea esta vez la elegida. Todas hablan de conocer el mundo y de la primera rosa que salió del rosal para aventurarse a lo desconocido, aún no ha llegado nadie a ocupar su lugar y por el contrario ya quedan pocas.
      Ella es una de las más hermosas entre todas: floreciente, de pétalos sonrosados y a medio abrir, de tallo firme y hermoso, y de hojas con forma perfecta. Sí, está segura de que hoy será. Llega el muchacho y les da un vistazo, las acaricia, arranca las espinas y de un tajo se lleva tres, luego una más y parece haber terminado; se va y la rosa entristece, pero espera al día siguiente por su milagro. El joven ha vuelto, pero su mirada dulce no toca a nuestra rosa, quien hace de todo por parecer perfecta y aún así volvió a ser discriminada un día más y vuelve a dormir con la consigna de ser más hermosa por la mañana.
       Todas  las demás han abierto sus pétalos y se están marchitando, ya han pasado varios días, esta vez está convencida de que es la más bella; al muchacho no le quedará otra que escogerla. Él pisa el huerto y se lleva muchas, sólo se quedó a su lado una rosa que estaba muy lejos de comparársele, una rosa vieja y marchita por la que las demás decían que estaba loca. Esta rosa le dijo:
       - Deberías aprovechar tu momento... Nunca serás más hermosa que ahora.
       Nuestra rosa no la escuchó, era otoño y tal vez no le quedaba mucho; durmió sin esperar nada, pero luego de la noche la mañana volvió y con ella el muchacho de dulce mirada. Arrancó sin mucho esfuerzo a la vieja rosa y cuando supo que no la tocaría y que se quedaría sola; la joven rosa empezó a llorar, lo que la hizo más bella a los ojos del joven: era una rosa con rocío. El muchacho la vio, se le acercó y por primera vez se atrevió a acariciarla, la rosa estaba muy feliz. Él le dijo tiernamente:
       - Eres muy bella para matarte. Espero que el rosal reflorezca sólo con rosas como tú- Y se fue.

       Hoy la rosa está feliz... Hoy la acarició un soplo de viento y sintió por primera vez lo que es estar viva.
FIN

lunes, 16 de agosto de 2010

La Curiosa Historia de "E"


"E"

Existiría una frase que resumiría a “E”: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Por años rechazó cualquier tipo de ayuda, nunca aprendió a leer y a duras penas aceptó que su madre le enseñara el lenguaje de los sordos. Pero esto era sólo en apariencia, muy en el fondo lo que “E” más deseaba era oír y le recriminaba a Dios todos los días el haberlo enviado sin oído ­–y a la vez sin voz– a un mundo que sus ojos parecían ver hermoso. Es por eso que se dirigía cada tarde a la plaza y mientras veía a la gente platicar, imaginaba cómo sonaban las palabras a través de las expresiones que nacían en sus rostros. Aprendió el sonido de la ira, de la tristeza, de la alegría y del temor, pero lo que más le gustaba oír era el amor, se deleitaba con la eufonía de las caricias y besos, sin embrago, cuando se imaginaba ridículo haciendo eso, se encerraba nuevamente en su odio y misantropía. 

Un día en la plaza, “A” lo observó, se le acercó y “E” la rechazó. Aún así, “A” regresó uno y otro día, aprendió el lenguaje de las señas por él y una tarde, cansada de la arrogancia de “E”, le dijo: — Yo sé qué es lo que buscas aquí todos los días— “E” se estremeció por dentro, pero respondió enérgicamente: — Tú no sabes nada sobre nosotros, vete. 

— Te equivocas— replicó ella—. Sé que vienes aquí porque quieres aprender a oír, quieres saber cómo se siente, ¿verdad?— “E” no tuvo señas para responder—. Si me dejas ayudarte, yo te enseñaré el sonido más hermoso que puedas imaginar— finalizó “A” y se fue. 

Cuando cayó la tarde siguiente, se volvieron a encontrar en la plaza y fue poco lo que se dijeron: “E” le contó que no sabía leer y “A” le explicó que para que todo funcione él debía aprender, así que desde el día siguiente ella le enseñaría. “E” aprendía muy rápido y para que le sea más fácil, “A” acompañaba las palabras con imágenes. El día que “A” creyó que “E” estaba listo, le dijo: —Prepárate para oír la dicha misma. “E” no cabía de felicidad y esperaba impaciente. “A” fue a la sala y regresó con un libro de pasta oscura entre las manos. Cuando “E” leyó en la portada: “La Santa Biblia” cambió inmediatamente de expresión: — ¿Te estás burlando de mí?— Ella no tuvo tiempo de responder; cuando empezó a alzar las manos, él ya se había marchado.

Años después, “E” cogió el libro y se dio cuenta que tenía varias secciones marcadas con un: “Para E”. Abrió una al azar y leyó un versículo que nunca olvidaría: “El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” y al pie unas palabras escritas por “A”: “Sé que te debes preguntar todos los días por qué a ti, por qué te pasa esto, por qué Dios es duro contigo y más, pero estoy segura de que si Él nos hubiera dado las respuestas para todo, no tendría mucho sentido descubrirlas, ¿no crees?” “E” cerró entonces sus ojos y pudo oír el sonido más hermoso que jamás hubiera imaginado, tal como “A” lo había prometido. 

FIN. (“E” y “A” vivieron felices por siempre, claro)

miércoles, 4 de agosto de 2010

En Un Papel Arrugado

 Esta mañana me desperté con la extraña sensación
de que hoy es el comienzo del final

LAS NUEVE PALABRAS

Hoy llegó a mis manos un papel arrugado que mide menos de un cuarto de hoja y que cuenta una historia tan hermosa como increíble; el muchacho que me lo vendió debe tener un cuarto de mi edad, pues yo ya me estoy muriendo y él recién anda enamorando. Me dijo que tiene menos de diez palabras y es verdad, sólo tiene nueve, pero desde hace cuatro generaciones logra que la muchacha a la que se lo transcribas te ame para la eternidad y lo lea una y otra vez en la noche hasta quedarse dormida, así por días de días. Cuenta la historia que eso hizo la primera mujer a la que se lo dieron, dicen que luego de veinte años ella se lo contó a su hija, pero a ella esto le pareció estúpido y no le creyó. Sin leerlo, escondió el papel en un libro que luego regaló a una biblioteca de la ciudad, allí lo encontró pasados veinte años más, un joven que lo leyó, quedó encantado, lo copió y se lo entregó a la mujer que amaba: ésta lo leía cientos de veces antes de dormir, se casó con el estudiante y aún luego del matrimonio lo siguió leyendo. El joven, al ver cumplida su misión y pensando en que todos creerían su historia demasiado cursi, y a pesar del cariño que le había tomado; arrojó el papel a la basura, donde diez años después lo halló un pordiosero que sin dudarlo también lo transcribió para la mujer que amaba; produciendo en ella el mismo efecto, pero luego de diez años de vestirse con el mismo pantalón, el bolsillo de éste se rompió y fue allí, hace cinco años, donde lo encontró el muchacho que me lo vendió, pero como él también ya se va a casar; decidió que la historia terminara y el manuscrito quedara en buenas manos. Conociendo de mi amor por los relatos y los libros, me lo vendió a muy buen precio.
Hoy me estremezco y me sorprendo mientras mis ojos se mojan a mis ochenta y cinco años, al ver este viejo papel y descubrir en él: las nueve palabras que te escribí antes de separarnos, con la infantil caligrafía de cuando tú y yo teníamos veinte y aunque parezca no haber funcionado para nosotros,  ¿quién sabe? Aún estamos vivos.

FIN.