UNA DEFENSA INESPERADA
De estar vivo su padre estaría orgulloso; aunque no fue el primer puesto de su promoción, nadie dudaba que se trataba del mejor abogado de su generación. Se había graduado hace unos meses y aún no había litigado a favor de ninguna causa.
Se juró a sí mismo que el giro que estaba a punto de cobrar sería el último que aceptaría de su madre en lo que quede de su vida y ya con el dinero en el bolsillo y la tranquilidad que ello significaba; podía sobrevivir unos meses más mientras buscaba un estudio en el cual desempeñarse. Cuando se aprestaba a subir al bus que lo llevaría de vuelta a su cuarto, el estremecimiento que sintió en la nuca le hizo suponer que algo incalculable empezaría aquel día.
— ¡Dame la plata carajo!— Fue lo único que pudo entender y cuando volteó la mirada, todo lo que vio fue la cacha de una pistola acercándose violentamente a su cráneo.
Cuando volvió en sí, no sabía que sólo habían pasado segundos, su padre estaba frente a él e intentaba protegerlo con un arma en la mano, balas más tarde vio caer sangre sobre la acera, luego el arma de su defensor y finalmente a éste tomándose el hombro derecho; un sujeto sumamente obeso se acercó a su padre, dijo algo entre dientes, pero él pudo entenderlo:
— Eso te pasa por dártelas de vivo— Luego sonrió y le disparó en la cara dos veces sin miramientos.
Fue lo último que pudo ver antes de volver a perder el conocimiento.
Pedro era policía, había dejado la escuela de suboficiales sólo hace tres meses y aquel día volvía a su casa luego del trabajo en la comisaría donde estaba asignado, Alfonso no se explicaba cómo es que vio en Pedro a su padre, tal vez el golpe fue demasiado fuerte y una gran cicatriz quedó en su frente para probarlo; se conformó con aquella explicación y trató de poner más atención en las palabras de Zoila.
— Yo tomaré la asesoría de su caso, señora. Creo que se lo debo a su hijo— Y aunque le gustaba el sonido de aquella palabra, sentenció—. Y no me llame doctor que ni siquiera he estudiado una maestría.
Así fue, Pedro acaba sus labores, sólo estaba a dos cuadras de su casa y a cinco metros de lo que le pasaba a Alfonso, dicen que no se iba a entrometer, que iba a pasar de largo, pero que su corazón de policía pudo más; sacó su arma de reglamento y combatió tiro a tiro a los asaltantes hasta caer abatido, tan simple como parecía y tan complicado como en realidad era.
Luego de la investigación preparatoria y con la entrada de la etapa intermedia del proceso penal que se le abrió a Pichón, apodo del delincuente que mató a Pedro, la acusación del fiscal contenía todos los hechos ocurridos y solicitaba una pena de veinte años en base al delito de homicidio simple tipificado en el código penal y según el cual la pena máxima era la que se pedía.
— Doctor, yo sólo quiero justicia, con todo el berrinche que es el Ministerio Público, no sé cuando sacarán a este maldito de la cárcel.
Zoila era una mujer humilde, no entendía mucho de la justicia que su abogado le explicaba, para ella la justicia pasaba porque el culpable de la muerte de su hijo se pudriera en la cárcel o al menos pase el mayor tiempo posible en ella para pagar su crimen. Alfonso, en cambio, con la doctrina en la mano; sabía que las cosas no eran como todos pensaban aunque no podía evitar ponerse de su lado.
— No puede ser— Continuó la mujer—. Ese señor es un asesino, no puede salir tan pronto. Debe haber algo que usté pueda hacer, doctor.
Alfonso sabía que había algo que podía hacer, algo que se había intentado una sola vez antes, pero sin éxito; algo casi improbable y hasta cierto punto arriesgado.
— Tenemos diez días para revisar la acusación, señora, tenga paciencia.
Una noche antes de que se venciera el plazo, Alfonso no durmió bien, veía a su padre por todos lados y escuchaba su voz diciéndole que tenía que hacer algo; tal vez por eso planteó aquella cuestión, tal vez por eso se atrevió y luchó por ello.
El joven abogado observó el artículo de la ley penal que tipificaba el hecho y la cuantía de la pena que se solicitaba en base a él; fundamentó su posición en que Pichón había cometido homicidio calificado y solicitó treinta y cinco años de prisión porque el delincuente había matado a un miembro de la Policía Nacional en cumplimiento de sus funciones, lo que constituía un agravante del homicidio y significaba un aumento considerable en la pena. Su lógica parecía no tener errores, pero existían complicaciones: Pedro ya había salido de la comisaría, estaba de civil y no en horario de trabajo, y aunque para el común denominador de la gente, se encontraba sin dudas en cumplimiento de sus funciones; el derecho no tenía ningún tipo de medio que lo ayude a tenerlo más claro, no existían parámetros definidos que le indicaran cuándo se empezaba a estar en cumplimiento de funciones y cuándo se terminaba de estarlo. Alfonso planteaba que cuando Pedro actuó, por la naturaleza de la profesión que tenía y porque se dirigía ininterrumpidamente hacia su vivienda luego del trabajo, se encontraba en cumplimiento de sus funciones. Una tesis similar, pero de un caso algo diferente, se presentó hace algunos años y el juez a cargo nunca aceptó que la víctima de aquel homicidio se encontraba en cumplimiento de funciones porque no se encontraba ni en su local de trabajo, ni cerca a él, ni en horas de labores; el mismo juez que hoy tenía en su despacho la decisión del primer caso del inexperto Alfonso, por eso el temor de su objeción, por eso el miedo al fracaso.
La defensa de Pichón descalificó el fundamento legal de la petición de Alfonso y se burló de ella hasta el hartazgo segura de que el juez nunca la adoptaría, en realidad nadie creía que el juez podría siquiera considerarla y hasta el mismo Alfonso iba perdiendo la confianza y se resignaba a aceptar la derrota, a aceptar los veinte años que el fiscal pidió para Pichón y que se harían menos con los diversos beneficios a los que se acogería, pero sobre todo, se iba resignando a que debería reconocer ante Zoila que habían perdido; sin embargo, un nuevo sueño con su padre lo convenció de intentarlo por última vez, en el sueño su padre le dijo que cuando le toque alegar oralmente, plantee de nuevo su idea sin importar lo que el crea que pueda pasar.
Cuando tuvo que hacerlo, Alfonso se paró frente al juez y citó textualmente el artículo de homicidio calificado:
“Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de quince años el que mate a otro si... la víctima es miembro de la Policía Nacional o de las Fuerzas Armadas, Magistrado del Poder Judicial o del Ministerio Público, en cumplimiento de sus funciones.”
Luego explicó la hipótesis de que Pedro se encontraba en cumplimiento de sus funciones cuando fue muerto por Pichón y cuando terminó esperaba más la burla de todos que su comprensión; miró tristemente a Zoila, quien por el contrario tenía la mirada llena de esperanza y cerró los ojos tratando de no llorar.
Esperó, vencido, la lectura de la sentencia; durante muchos días no tuvo descanso de ningún tipo y cuando por fin se debía dictar, recogió a Zoila de su casa y se dirigieron juntos a la corte.
— Señora, yo le debo decir la verdad y no creo que...
— Ya hemos ganado, doctor, pase lo que pase ya hemos ganado— Lo interrumpió la mujer con los ojos llenos de alegría y no se dijeron otra palabra durante todo el recorrido en bus.
El abogado de Pichón estaba tranquilo, el delincuente sonreía y hasta Zoila parecía apaciguada, el único perturbado en la sala era él. Cuando el juez, con una voz apacible y un semblante rígido, condenó a Pichón a treinta y cinco años de prisión efectiva por asesinato contra un miembro de la Policía Nacional en cumplimiento de funciones; miró a Alfonso y pareció pedirle disculpas. Zoila lo abrazó llorando y él no terminaba de creer lo que había escuchado, después de todo, a su padre lo habían matado el día que iba a dictar sentencia contra un narcotraficante, cuando salía de su casa con dirección al Ministerio Público y fue abatido de dos balazos en la cara por un socio del acusado; y fue el mismo juez que hoy aceptaba la teoría que él planteaba, quien no aceptó en su momento la misma teoría a favor de su padre y en contra del hombre que lo mató, por eso, sólo fue condenado a veinte años por homicidio simple.
Mientras pensaba en todas estas cosas, veía como se llevaban a Pichón justo frente a él y alcanzó a decirle entre dientes, pero entendiblemente:
— Eso te pasa por dártelas de vivo.
Se juró a sí mismo que el giro que estaba a punto de cobrar sería el último que aceptaría de su madre en lo que quede de su vida y ya con el dinero en el bolsillo y la tranquilidad que ello significaba; podía sobrevivir unos meses más mientras buscaba un estudio en el cual desempeñarse. Cuando se aprestaba a subir al bus que lo llevaría de vuelta a su cuarto, el estremecimiento que sintió en la nuca le hizo suponer que algo incalculable empezaría aquel día.
— ¡Dame la plata carajo!— Fue lo único que pudo entender y cuando volteó la mirada, todo lo que vio fue la cacha de una pistola acercándose violentamente a su cráneo.
Cuando volvió en sí, no sabía que sólo habían pasado segundos, su padre estaba frente a él e intentaba protegerlo con un arma en la mano, balas más tarde vio caer sangre sobre la acera, luego el arma de su defensor y finalmente a éste tomándose el hombro derecho; un sujeto sumamente obeso se acercó a su padre, dijo algo entre dientes, pero él pudo entenderlo:
— Eso te pasa por dártelas de vivo— Luego sonrió y le disparó en la cara dos veces sin miramientos.
Fue lo último que pudo ver antes de volver a perder el conocimiento.
***
— Era mi hijo, doctor— Le explicaba la mujer—. Han chapado al que lo ha matado y ya ha confesado que lo mató.Pedro era policía, había dejado la escuela de suboficiales sólo hace tres meses y aquel día volvía a su casa luego del trabajo en la comisaría donde estaba asignado, Alfonso no se explicaba cómo es que vio en Pedro a su padre, tal vez el golpe fue demasiado fuerte y una gran cicatriz quedó en su frente para probarlo; se conformó con aquella explicación y trató de poner más atención en las palabras de Zoila.
— Yo tomaré la asesoría de su caso, señora. Creo que se lo debo a su hijo— Y aunque le gustaba el sonido de aquella palabra, sentenció—. Y no me llame doctor que ni siquiera he estudiado una maestría.
Así fue, Pedro acaba sus labores, sólo estaba a dos cuadras de su casa y a cinco metros de lo que le pasaba a Alfonso, dicen que no se iba a entrometer, que iba a pasar de largo, pero que su corazón de policía pudo más; sacó su arma de reglamento y combatió tiro a tiro a los asaltantes hasta caer abatido, tan simple como parecía y tan complicado como en realidad era.
Luego de la investigación preparatoria y con la entrada de la etapa intermedia del proceso penal que se le abrió a Pichón, apodo del delincuente que mató a Pedro, la acusación del fiscal contenía todos los hechos ocurridos y solicitaba una pena de veinte años en base al delito de homicidio simple tipificado en el código penal y según el cual la pena máxima era la que se pedía.
— Doctor, yo sólo quiero justicia, con todo el berrinche que es el Ministerio Público, no sé cuando sacarán a este maldito de la cárcel.
Zoila era una mujer humilde, no entendía mucho de la justicia que su abogado le explicaba, para ella la justicia pasaba porque el culpable de la muerte de su hijo se pudriera en la cárcel o al menos pase el mayor tiempo posible en ella para pagar su crimen. Alfonso, en cambio, con la doctrina en la mano; sabía que las cosas no eran como todos pensaban aunque no podía evitar ponerse de su lado.
— No puede ser— Continuó la mujer—. Ese señor es un asesino, no puede salir tan pronto. Debe haber algo que usté pueda hacer, doctor.
Alfonso sabía que había algo que podía hacer, algo que se había intentado una sola vez antes, pero sin éxito; algo casi improbable y hasta cierto punto arriesgado.
— Tenemos diez días para revisar la acusación, señora, tenga paciencia.
Una noche antes de que se venciera el plazo, Alfonso no durmió bien, veía a su padre por todos lados y escuchaba su voz diciéndole que tenía que hacer algo; tal vez por eso planteó aquella cuestión, tal vez por eso se atrevió y luchó por ello.
El joven abogado observó el artículo de la ley penal que tipificaba el hecho y la cuantía de la pena que se solicitaba en base a él; fundamentó su posición en que Pichón había cometido homicidio calificado y solicitó treinta y cinco años de prisión porque el delincuente había matado a un miembro de la Policía Nacional en cumplimiento de sus funciones, lo que constituía un agravante del homicidio y significaba un aumento considerable en la pena. Su lógica parecía no tener errores, pero existían complicaciones: Pedro ya había salido de la comisaría, estaba de civil y no en horario de trabajo, y aunque para el común denominador de la gente, se encontraba sin dudas en cumplimiento de sus funciones; el derecho no tenía ningún tipo de medio que lo ayude a tenerlo más claro, no existían parámetros definidos que le indicaran cuándo se empezaba a estar en cumplimiento de funciones y cuándo se terminaba de estarlo. Alfonso planteaba que cuando Pedro actuó, por la naturaleza de la profesión que tenía y porque se dirigía ininterrumpidamente hacia su vivienda luego del trabajo, se encontraba en cumplimiento de sus funciones. Una tesis similar, pero de un caso algo diferente, se presentó hace algunos años y el juez a cargo nunca aceptó que la víctima de aquel homicidio se encontraba en cumplimiento de funciones porque no se encontraba ni en su local de trabajo, ni cerca a él, ni en horas de labores; el mismo juez que hoy tenía en su despacho la decisión del primer caso del inexperto Alfonso, por eso el temor de su objeción, por eso el miedo al fracaso.
La defensa de Pichón descalificó el fundamento legal de la petición de Alfonso y se burló de ella hasta el hartazgo segura de que el juez nunca la adoptaría, en realidad nadie creía que el juez podría siquiera considerarla y hasta el mismo Alfonso iba perdiendo la confianza y se resignaba a aceptar la derrota, a aceptar los veinte años que el fiscal pidió para Pichón y que se harían menos con los diversos beneficios a los que se acogería, pero sobre todo, se iba resignando a que debería reconocer ante Zoila que habían perdido; sin embargo, un nuevo sueño con su padre lo convenció de intentarlo por última vez, en el sueño su padre le dijo que cuando le toque alegar oralmente, plantee de nuevo su idea sin importar lo que el crea que pueda pasar.
Cuando tuvo que hacerlo, Alfonso se paró frente al juez y citó textualmente el artículo de homicidio calificado:
“Será reprimido con pena privativa de libertad no menor de quince años el que mate a otro si... la víctima es miembro de la Policía Nacional o de las Fuerzas Armadas, Magistrado del Poder Judicial o del Ministerio Público, en cumplimiento de sus funciones.”
Luego explicó la hipótesis de que Pedro se encontraba en cumplimiento de sus funciones cuando fue muerto por Pichón y cuando terminó esperaba más la burla de todos que su comprensión; miró tristemente a Zoila, quien por el contrario tenía la mirada llena de esperanza y cerró los ojos tratando de no llorar.
Esperó, vencido, la lectura de la sentencia; durante muchos días no tuvo descanso de ningún tipo y cuando por fin se debía dictar, recogió a Zoila de su casa y se dirigieron juntos a la corte.
— Señora, yo le debo decir la verdad y no creo que...
— Ya hemos ganado, doctor, pase lo que pase ya hemos ganado— Lo interrumpió la mujer con los ojos llenos de alegría y no se dijeron otra palabra durante todo el recorrido en bus.
El abogado de Pichón estaba tranquilo, el delincuente sonreía y hasta Zoila parecía apaciguada, el único perturbado en la sala era él. Cuando el juez, con una voz apacible y un semblante rígido, condenó a Pichón a treinta y cinco años de prisión efectiva por asesinato contra un miembro de la Policía Nacional en cumplimiento de funciones; miró a Alfonso y pareció pedirle disculpas. Zoila lo abrazó llorando y él no terminaba de creer lo que había escuchado, después de todo, a su padre lo habían matado el día que iba a dictar sentencia contra un narcotraficante, cuando salía de su casa con dirección al Ministerio Público y fue abatido de dos balazos en la cara por un socio del acusado; y fue el mismo juez que hoy aceptaba la teoría que él planteaba, quien no aceptó en su momento la misma teoría a favor de su padre y en contra del hombre que lo mató, por eso, sólo fue condenado a veinte años por homicidio simple.
Mientras pensaba en todas estas cosas, veía como se llevaban a Pichón justo frente a él y alcanzó a decirle entre dientes, pero entendiblemente:
— Eso te pasa por dártelas de vivo.
FIN

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