DEMONIOS ROJOS
Son las trescientos cuarenta y siete con monedas, el telón ya se ha bajado y lo único que me rodea es el vacío enorme y oscuro de una madrugada de guardia nocturna en el cuartel. Ni siquiera el cuadro de una virgen que no es de mi devoción y que suele encender la noche con su molesto brillo solaz y artificial está activado hoy. Aún no se sabe si es el hoy o es el ayer, aún queda la sensación de la amarga saliva llena de madrugada y porquería que recogimos durante el día. Los demás duermen o quizas están siendo torturados por sus sueños. A lo lejos puedo escuchar a Héctor, claramente:
-Intúbala, sí, sí, intúbala a ella.
Alzo una vez la voz deletreando su nombre, dos y nadie responde a mi llamado, tres y se escucha un ronquido, cuatro y me parece que duerme, cinco y me levanto de mi cama, seis y compruebo que está rendido a los brazos de Morfeo.
Su soliloquio es para sí o para alguien que no está en este mundo, para alguien que está en la misma habitación que todos compartimos pero que sólo él puede ver. En el día salimos a una emergencia donde dos caballos de metal, despotricados, veloces y enceguecidos, se mezclaron entre sus fierros, sus gasolinas, la mirada de curiosos, el auxilio de nosotros y la sangre de una joven hermosa... casi sin la mágica energía que hace poco la hacía hablar, caminar, reír o amar, casi sin el soplo de vida que le dieron a su alma. Necesitaba un milagro para seguir viviendo, un milagro llamado "oxígeno" que nunca llegó y por el cual Héctor rogó hasta desangrarse:
-Hay que intubarla, rápido, intúbala.
Pero nadie lo escuchó y tal parece que pasó igual en su sueño, quería cobrarse la revancha y estaba volviendo a vivir ese capítulo, tal vez cambiaba, tal vez en su sueño la hermosa joven obtenía su milagro, tal vez en su sueño el hubiera sido héroe, porque en la vida real aún no se da cuenta que ya lo es.
Son las trescientos cincuenta y cinco más milésimas y mis demonios no me dejan dormir, pelean entre sí por disputarse el privilegio de molestar mi conciencia y escucho otra voz, ¿Marito? Sí, Marito...
-Te cagaste conmigo, ya fue, ya fue.
Sí, Mario dormía también y esa manifestación de cariño no era para ninguno de nosotros, era para el último intento de amar que había hecho, para el desgarrador cuadro del desamor que habían pintado la mujer que el más quería o que más quiere aún y el hombre al que más odia en su corta vida.
Son las cuatrocientos doce y fracciones y mis demonios no son sólo míos, son también los de mis compañeros, mis demonios son también ángeles, ángeles malévolos que me salvan la vida cada vez que salgo a salvar la de los demás.
1 comentario:
Todos los bomberos tienen demonios. todas las personas tenemos demonios. No te hagas el loco que tu también tienes demonios bomberiles; ayer cuando dormías mencionabas a tus demonios; palabras indecifrables que nos interrumpias a Toscano y a mi mientras veíamos youtube...
Ojala que tus demonios no hagan ningún derrame de liquidos cerebrales, o cualquier otro descuido que ultimamente andas cometiendo. saludos desde aquí, en estas cabinas, a tu costado.
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